lunes, 5 de diciembre de 2011

Fragmento CMUR 1


Fragmento del capítulo XX del primer libro de "Cuando muere un Ruiseñor":

"Ciudad de Narel, doceavo mes del año en curso. Fue enorme la expectación que causó el paso del rey por estas calles, rodeado de sus soldados, hasta que se detuvieron frente a la fortaleza donde fue recibido por los capitanes al mando.

Allí permaneció conversando con sus oficiales un buen rato en el patio de armas. La primera impresión fue bastante positiva. Narel parecía idónea para uno de los asentamientos, por terreno escarpado y clima suave. Acordaron visitar esta favorable ubicación en ese momento... Hasta que el rey alcanzó a volver la vista a las afueras del patio.
Su expresión serena se tornó perpleja de pronto. Abrió mucho los ojos, tanto, que llegó a alarmar a todos los presentes, los cuales se apresuraron a desenvainar sus espadas al creerse frente al enemigo. Miraron en aquella dirección... Y no vieron nada.
La fama de alucinado del rey empezaba a tener cada vez más peso, por lo que uno de los capitanes se apresuró a poner calma. Indiferente a la alarma de sus oficiales, Edner se dirigió a la salida del patio, para luego indicarle al mencionado capitán:
—Ocupad... mi puesto, vuelvo... enseguida.
Lógicamente, el oficial ordenó a algunos soldados que siguieran al rey. Se metió este por una especie de callejón angosto que rodeaba toda la fortaleza, siempre seguido por los soldados. Buscó...
Y allá fue a encontrar lo que creía haber visto, para así asegurarse de que su mente no desvariaba, hecho que le produjo cierto alivio. Vio a Ori, arrimado a uno de los muros, cabizbajo.
Inmediatamente, dio orden a los guardias para que se marcharan. Y se acercó, muy despacio, como si temiese que aquella imagen se desvaneciera...
Por fin, Ori lo miró, siendo todo ojos en aquella cara enjuta y demacrada. Y así permanecieron unos instantes, sin parecer tener mucho que decirse.
El rey supo que el chico se encontraba allí por no tener nada que perder. Le daba igual ser arrestado o morirse de hambre o enfermedad, tal y como parecía ir encaminado. Y le habló el soberano, haciendo honor a su afamada falta de tacto.
—¿No han vuelto a aceptarte los Conspiradores? ¡Qué ingratos! ¡Después de todo lo que has hecho por ellos! Y, lo más increíble, visto tu lamentable estado, es que has considerado que yo no era el mayor de tus problemas.
Ori esperaba recibir un comentario por el estilo.
—Ya... sabéis cuán difícil es sobrevivir en un país cuyos únicos bienes van exclusivamente para la nobleza. Desde hace varios días, sólo he podido alimentarme de raíces y setas.
Aquello no pareció inmutar a Edner.
—¿Qué quieres? —le cuestionó, seco.
—¿Un... poco de pan?
—No acostumbro a llevar eso conmigo.
—Haced que... me lo traigan.
—¿Me has tomado por tu criado, acaso?
El joven agachó la vista, resignado a esta dureza de corazón.
—No voy a implicarme más contigo —concluyó el monarca—. Si necesitas ayuda, no la recibirás de mí. Temo que te hayas arriesgado en vano, lo único que mereces es acabar como pasto de los buitres. Porque a ti te debo la ruina de todos mis campamentos militares, tardaré meses en reorganizarme de nuevo.
—¡Oh, no vayáis a pensar que fui yo quien...!
El rey se dio media vuelta, dispuesto a no seguir escuchando al engañoso Ervenin. Este trató de detenerlo.
—¡No! ¡Esperad! No os vayáis aún. Podemos... hacer un trato.
Conocedor del talante embrollador del muchacho, Edner se puso enseguida en guardia. Aunque seguía corroyéndole la curiosidad por saber con qué le vendría ahora...
—De acuerdo, sorpréndeme.
—Hay algo que no sabéis. Algo referente a vuestro primo. Y a los Conspiradores.
—Habla.
—Os lo contaré todo, en cuanto me hagáis llegar lo que os pedí.
—¿Voy a ser yo el único rey que se deja gobernar por el más infame de sus súbditos? No... Ya ha sido suficiente.
—Es muy poco lo que os pido. Nada tenéis qué perder... a no ser que os neguéis a escuchar todo lo que tengo que deciros referente a vuestro primo y el destino del país.
El rey lo observó con infinita desconfianza. Aunque la colosal curiosidad que daba en insoportable parecía estar ganando la batalla. Se asomó al callejón y les hizo señales a los soldados para que se acercaran.
—Llevadlo a la fortaleza. Encargaros de que lo atiendan debidamente hasta que yo regrese. ¡Y cuidado! Mantenedlo bien encerrado y vigilado, no debe huir.
Dicho esto, volvió a reunirse con sus oficiales, que seguían esperándolo en el patio de armas, para visitar la zona del futuro campamento, allí, en Narel."

No hay comentarios: